He persistido en La Divina Comedia, que
se pone más pesada a medida que se acerca uno al Paraíso, ¿sería
que el autor se proponía disuadir al lector?
No, no lo creo, es que así se escribía
entonces y por eso uno necesita que alguien más leído llene cada
canto de llamadas aclaratorias para entender lo que está leyendo.
Entre Navidad y Año Nuevo últimos
llegué hacia el final del Purgatorio. En el Canto XXX, ya dentro del
Paraíso Terrenal, unos ángeles (o algo así) cantan un fragmento
del Cantar de Los Cantares, y ese poema de amor me encanta, así que
dejé a Dante para tomar la Biblia uno o dos días, incluso me la
llevé a la oficina para poderla leer en el bus.
Pero de eso hablaré en otra entrada.
Ahora me provoca más lo que leí
luego, y hoy he releido. Decía, ya en el Paraíso Terrenal (que no
es el Paraíso donde viven Dios y unos pocos elegidos, sino el jardín
del Edén, de donde fueron expulsados Adán y Eva), Dante ve a una
divinizada Beatrice, que se le presenta de fantástica forma aunque
todavía con un velo que le cubre el rostro.
Él la reconoce de todos modos, siente
de nuevo todo el estremecimiento de ese antiguo amor, y se da vuelta
para comentárselo a Virgilio, su guía desde fuera del Infierno a
través de todo éste y el Purgatorio.
Pero Virgilio ya no está, pues como
nació antes de Cristo le está vedado el ingreso a esas altas zonas,
y Dante, asombrado por las bellezas del Paraíso Terrenal, no se
había dado cuenta de que su maestro ya no estaba a su lado.
Entonces llora, pero Beatrice lo
reprende:
“Dante, no así de lágrimas tributo
de Virgilio a la ausencia des ahora;
a otra pena mayor debes el luto.”
Otra vez el eco familiar de algo
distinto: 200 años más tarde de Dante, Boabdil el Chico, último
rey árabe de Granada, pierde el reino en guerra con los castellanos.
Al abandonar la ciudad para ir a su destierro, vuelve la cabeza y al
contemplar por última vez su ciudad, se pone a llorar.
La sultana Aixa, su madre, le dice
entonces “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
Duras palabras de quien se hubiera
esperado consuelo; Borges (de quien las aprendí) las describe como
una ”áspera reconvención”; dicen otros que son un invento para
desacreditar a Boabdil. No importa, 400 años después ya da lo mismo
que sean verdad o no (eso me lo enseñó Borges, también).
Para mí fueron la puerta a varios
recuerdos: Pasajes de inapreciables comentarios borgianos, por
ejemplo, pero en especial a un cantante granadino nacido poco antes
de la mitad del siglo XX: El entrañable Miguel Ríos.
En los años 80 conocí su trabajo, y
con los amigos era infaltable un desafinado concierto bastante
borracho los fines de semana. Si alguno lee esto (ojalá), lo va a
recordar y a comentar (espero).
Bueno, una canción de Ríos, de las
muchas que no salían en la radio pero algunos de nosotros
conocíamos, es “Boabdil el chico (se va al norte)”. Un video de
la TV española de los años 80 se puede ver en
http://www.youtube.com/watch?v=qos2sqvuk5U
La canción habla de sí mismo, del
joven Ríos abandonando Granada para irse a Madrid a buscarse la
vida. Es una canción de migrante que triunfó, como otras que suenan
en chicha en Lima, pero eso puede ser otra entrada también, esta ya
va bastante larga y aún me da por pegar la letra de Miguel Ríos:
Aún recuerdo Granada
en la bruma de mi niñez,
yo era Boabdil jugando a perder
en el monte Sombrero,
que está junto al Albaicín,
al atardecer lloraba por ti.
Oh... adiós amor
adiós Granada
oh... el viento del sur
me aleja de casa.
Y me rompe el corazón,
me atraviesa la garganta
y como al niño Rey Boabdil
la pena me mata.
Veo la Silla del Moro
y la sierra que queda atrás,
veo la Alhambra que flotando se va.
En mis ojos se funde
la imagen de mi ciudad,
roja y cálida desde la estación.
Oh... adiós amor...
Y aunque sé que volveré
harto de gloria y de frío
también sé que ya nunca seré
Boabdil el chico
porque aquí en este tren
se endurecerá mi sino,
voy tan tejos que al volver
ya no seré un niño.
Oh... adiós amor...
En Atocha me bajé
con un miedo africano,
boquiabierto en el andén,
la pasta en la mano.
Y vagué por la ciudad
extasiado en el bullicio
en un día frío y gris
y Madrid me quiso.
En esas jóvenes épocas, a mí la
canción me daba el friecito de la futura independencia, de lo que
lograría y de lo que no con mi vida. Tenía esperanzas de escribir,
vaya, pero el tráfago de la vida que llevé, y luego el de la
supervivencia, me lo impidieron. Heme aquí ahora, más de 25 años
después, escribiendo finalmente, no cuentos ni novelas sino
intimidades librescas. Algo es algo.